Por: Eduardo Casanova - Rómulo Gallegos fue un gran intelectual, pero un muy mal político. Se dejó derrocar a los pocos meses de haber sido elegido Presidente, y a más de uno de sus seguidores le oí decir que era demasiado recto, demasiado inflexible para ser político. En 1962 y 1963 me dediqué en cuerpo y alma a promover la candidatura presidencial de otro gran intelectual, Arturo Uslar Pietri. A pedido suyo, su hijo Arturito y yo invertimos largo tiempo en negociar con la gente de AD-Oposición (o AD-ARS), URD y FDP la posibilidad de que apoyaran su candidatura independiente para enfrentar la de Raúl Leoni , que era la que tenía más posibilidades de ganar. No se logró, y en mi casa se fundó el Comité Independiente Pro Frente Nacional (el de la Campana), y su primera directiva estuvo encabezada por un triunvirato formado por Antonio Requena , Pedro Segnini La Cruz y yo. Me tocó dirigir la juventud uslarista, que prácticamente cargó todo el peso de la campaña, y por gestiones que le pedí a Gastón Carvallo, logré el apoyo de Teodoro Petkoff y de Freddy Muñoz (el uno preso y el otro escondido), lo que nos permitió contar con la Juventud Comunista y así penetrar con absoluta eficiencia los barrios de Caracas y algunas ciudades importantes, lo que fue determinante para el sorpresivo éxito de Arturo Uslar Pietri como candidato. Fue mi primer y único éxito político en la vida. Al fin y al cabo, a pesar de mi juventud, ya era entonces un intelectual. Sin embargo, hacia el final de la campaña (la campaña de la campana) ya me había dado cuenta de que Arturo había sido un excelente candidato pero sería un muy mal Presidente. Por fortuna, las elecciones las ganó Raúl Leoni, que tenía muy poco de intelectual pero fue un muy buen Presidente. Posiblemente el mejor de la historia de Venezuela a pesar de los abusos cometidos por militares y policías durante su quinquenio. Al terminar esa campaña de la campana me di cuenta de que yo jamás podría ser político, y por eso, al comienzo del gobierno de Leoni, busqué y conseguí ingresar al Servicio Exterior y me olvidé del activismo político. Tiempo después conocí personalmente a Rómulo Betancourt, que en su juventud soñó con ser escritor e intelectual, y lo oí decir que su éxito se debía a que era un político a tiempo completo, que en la década de 1930 escogió el camino de la política y dejó atrás por completo aquellos sueños juveniles de publicar cuentos, poemas, ensayos y hasta novelas. Rafael Caldera no dejó del todo de lado el sueño de ser un intelectual, y por eso no llegó a ser un verdadero buen político. Su “perdón” a Chávez y el fracaso rotundo de su segunda presidencia así lo demuestran. Y, en general, los grandes intelectuales no son buenos políticos (Ramón J. Velásquez es otro caso para demostrar lo que quiero demostrar). Pueden ser buenos opinadores, pero no buenos políticos. Al opinar no le hacen demasiado daño a nadie, pero al actuar como políticos pueden afectar negativamente las vidas de muchísima gente con decisiones equivocadas. Porque al fin y al cabo, cuando un político gobierna, afecta a mucha gente con sus decisiones. Si es buen político, sus decisiones tienden a ser buenas. Si es mal político, sus decisiones suelen ser malas. En eso, sin duda, tenía razón Lenin: los intelectuales son malos políticos. Quizá porque piensan demasiado. Al revés que los militares, que son pésimos políticos porque no piensan, porque los enseñaron a no pensar, a obedecer y mandar y, por lo general, sus decisiones suelen ser pésimas. De eso hablaremos pronto.
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miércoles, 11 de mayo de 2011
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