viernes, 8 de julio de 2011

A mí no me pagaron, yo vine porque quise

A mí no me pagaron, yo vine porque quise: "

“A mí no me pagaron, yo vine porque quise” decían las más de 500.000 seguidores del Partido Verde que acudieron al centro de convenciones Gonzalo Jiménez de Quesada el 20 de junio de 2010, tras haber perdido la posibilidad de ver llegar al líder del partido a la presidencia de Colombia. “A mí no me pagaron, yo vine porque quise” fue la frase que retumbó en los oídos de las 500.000 personas vestidas de verde de los pies a la cabeza, que gritaban al aire mientras sacudían con ímpetu sus girasoles. Más allá del fracaso del entonces candidato verde, Antanas Mockus, de animar a sus seguidores y mostrarles el triunfo que fue conseguir 3.120.000 votos para la segunda vuelta de la contienda, esa frase “a mí no me pagaron, yo vine porque quise” tiene menos fuerza de la que se creyó en ese entonces. En ese momento el partido verde, virgen de elecciones, candidaturas y la política, logró convocar a millones de estudiantes y jóvenes que hasta el momento habían sido apáticos a los problemas actuales del país. Este triunfo no lo ha compartido ningún otro partido en la historia, por lo menos no en la misma dimensión. Tristemente hoy, con un solo año de vida, este partido pareciera estar al borde de la muerte; ha perdido una cabeza, ha incurrido en contradicciones y ha perdido parte de su columna vertebral: su apoyo virtual.


No hace más de dos meses, el candidato a la Alcaldía de Bogotá del partido verde, Enrique Peñalosa, aceptó públicamente el apoyo político del expresidente Álvaro Uribe para las próximas elecciones, que se llevarán a cabo en octubre. Esta afirmación suscitó una hecatombe casi del mismo tamaño que la prevista por su ahora mano derecha al referirse a una posible reelección en el 2006. Esta táctica política, que en cualquier otro momento o dentro de cualquier otro partido político no hubiera quedado tanto en la mira, ha originado incertidumbres concretas sobre el futuro del partido, pero así mismo, ha puesto sobre la mesa de debate una premisa aún más profunda, arraigada al deber ser de la política colombiana, ¿se vale todo?


La respuesta a esta pregunta, en este caso por lo menos, va más allá de responder si se puede o no ser verde y uribista. En primer lugar, es claro que los verdes quieren ganar y que calculan que es a través de esta alianza que lo van a hacer y tienen razón, una alianza puede ayudar a cualquier partido político a llegar el día de elecciones con más fuerza. Y sí, una alianza con Uribe probablemente aumentaría el número de votos, sobre todo si se tiene en cuenta que a pesar de ser uno de los alcaldes que más ha luchado por la desmarginalización de los barrios pobres, Peñalosa no es querido en los estratos populares, mientras que Uribe sí. Sin embargo, en este partido y en este caso, el problema yace es en el significado de esta alianza. Un partido cuya razón de ser, por no decir su única, fue luchar en contra de la politiquería y de los mecanismos nefastos de hacer política, no puede esperar aliarse con la persona o el partido que simboliza para la mayoría del país, el corazón de lo que el mismo partido critica. Ahora bien, se debe tener en cuenta dos cosas: en primer lugar, la alianza hasta ahora no es con el partido de la U sino con la persona, con Uribe, e idealmente esto no debería ser razón de crítica, pues constitucionalmente, cualquier persona puede apoyar a quien quiera en una contienda electoral. No obstante, Uribe no es solo una persona, es la persona que estaba en frente del país cuando se dieron los mayores golpes de corrupción y parapolítica en la historia de Colombia. Uribe representa grandes logros, pero también la “yidispolítica”, las chuzadas del DAS, el agro ingreso seguro, la “parapolítica” y los falsos positivos, y son justamente estos escándalos de derechos humanos y aquellos abusos de poder y corrupción, que tiñen esta alianza de contradictoria. Así mismo, el problema no es únicamente lo que Uribe simboliza, sino además, el simple hecho de aceptar esta alianza. Hacer alianzas políticas durante época electoral es un mecanismo que se ha dado desde el principio de la historia de nuestra democracia, pero es uno que fue altamente criticado por los verdes durante su campaña para la presidencia.


En mayo del año pasado, después de los resultados de primera vuelta, Peñalosa criticó fuertemente una posible alianza con el Polo Democrático con el argumento de que una unión con cualquier partido iría en contra de los principios de los verdes y la propia razón de ser del partido. Claro, sus argumentos también hacían referencia al Polo Democrático per se, pues no solo diferían en ideología sino en metodología. No obstante, Peñalosa se agarró de manera imbatible a la falta de coherencia que cualquier alianza supondría para el partido verde. Lo que queda claro es la imposibilidad de que los verdes sigan usando la legalidad como uno de los ejes de su discurso, cuando se alían con el jefe de gobierno que tanto protagonismo ha tenido en varios escándalos de corrupción. Así que no, no se puede ser verde y uribista.


Por otro lado, es indudable que la reacción de Mockus también ha dejado mucho de qué hablar. Para varios, él está siendo coherente con sus principios y valores como persona y como político, pues indiscutiblemente para él esta alianza carece de coherencia no solo ideológica sino también metodológica. Sin embargo, hay otros que tildan su partida como un simple paso para adelantar su agenda política, y los últimos rumores de una posible candidatura a la alcaldía de Bogotá, corroboran esta suposición. No se puede negar que es respetable que Mockus prefiera quedarse solo que apoyar algo con lo que simplemente no está de acuerdo y va en contra de sus principios; sin embargo, es doloroso ver cómo un partido que dilucidaba tanto potencial se quede a la deriva porque sus dirigentes no pudieron llegar a un acuerdo. ¿Por qué en el caso con el polo democrático, Mockus que sí estaba de acuerdo con esa alianza, accedió a la visión de Peñalosa de no aceptarla, pero ahora éste no pudo reconocer la de Mockus de no aliarse con Uribe? Era obvio que un partido con cuatro cabezas supondría muchas disputas, pero es triste ver cómo sus dirigentes pusieron sus agendas políticas por encima del futuro de un partido que por primera vez en la historia del país, convocó a millones de jóvenes a salir a votar y lograr conseguir 3.120.000 votos en la segunda vuelta. Entonces, ¿todo vale? No, no todo vale pero entonces ¿qué sí? ¿Valen las alianzas en general o solo algunas? ¿Vale entrar y salirse de partidos políticos como si fueran clubs sociales? ¿Vale aliarse con Uribe pero no con Petro? ¿Vale irse de un partido que uno construyó por estar en desacuerdo con sus dirigentes? Al parecer los verdes estaban equivocados “la unión no hace la fuerza” y para todos aquellos que les siguieron al son de “yo vine porque quise, a mí no me pagaron” quedaron en el olvido de una arenga pegajosa, pero que al parecer carece de signifcado.


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